domingo, 28 de mayo de 2017

Emprender la noche - Antología




He aquí un libro diferente y a un poeta diferente. Por un don inestimable, a José Zuleta se le ha permitido hacer propia la magia natural de las cosas, sin artificios, ni retóricas intelectuales, que es lo que suele suceder entre nosotros. A sus poemas, claros, sensuales, espléndidos, aferrados a pequeños rituales y percepciones repentinas para repetirse a uno mismo como una oración, los mueve la gracia de quien
confía a los sentidos y al poder de la belleza inmediata toda indagación en el mundo. Creyente, pues, de un orbe físico, más que de uno ideal, donde la abstracción no cesa de escamotearnos todo instante verdadero, logra que este hermoso libro resuma olor, color, emoción y goce. ¡Celebre el hecho de estar vivo!

Es, en últimas, el itinerario de quien, animado por un aliento silvestre, adánico, conserva aún la inocencia y el asombro naturales que, a los demás, por una razón u otra, nos han sido arrebatados por el diario trajín.

Elkin Restrepo




Emprender la noche

Surges entre el tumulto
y llenas mis ojos de luz.
En el pecho algo aletea
como un ave reciente
en la mano de un niño.
Abre tu mano y suéltame
mejor juega, corre,
mírame otra vez,
la última antes de cruzar.
Ya sin ti el corazón libre
querrá viajar, ser
o emprender la noche.




Gratitud

Atisbo la infancia como un débil fulgor
de imágenes remotas.
Atrás todo es soluble:
recuerdos confundiendo aromas y sabores,
infancia y sed, caricias y castigos.
Música en el silencio del patio.
Esplendor de una niña cruzando la paz de
          mi nombre,
el gato dormido sobre el perro que sueña,
la radio cantando, el vapor, las lentejas,
la salvadora voz de una madre reciente
entibiando el miedo de la noche.
La armonía de palabras que leía mi padre,
los globos ardiendo en el aire feliz
de las noches de diciembre,
la luz casi mía en los ojos de mi hermano,
mis hermanas bañándose en la lluvia.
El placer glaciar de un helado de lulo,
el conejo de la luna en la luna,
el mensaje perdido en la cometa enredada,
el mar inaugurando la alegría del cuerpo.
La fugaz emoción del pez en mis manos,
el ladrón de Bagdad,
la enfermera, el remedio de su risa,
el ajedrez donde fui peón, dama y monarca,
la nariz reventada por el honor de mi casa.
el susurro de azúcar en la flauta traversa.
La nítida sorpresa de un pájaro,
la oración que aprendí a escondidas y que decía
en silencio para no molestar
al padre ateo que Dios me dio.
Atisbo la infancia disuelta en olvidos
y sé que en ella está todo cuanto puedo cantar.



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