lunes, 29 de mayo de 2017

Esperando tus ojos




Celebro con una gratitud inmensa que todavía existan escritores en el ámbito doméstico que piensan en términos literarios sus historias, antes que en los términos publicitarios que deciden los editores comerciales. En este libro conmovedor en cada línea, y en el que felizmente descubrí una excepción a la norma de truculencia y sordidez de nuestro medio, José Zuleta consigue a la manera de un
mago compasivo y cariñoso, con destreza magistral, historias y personajes extraordinarios.

Hugo Chaparro Valderrama




Fragmento inicial de "Esperando tus ojos"


Soy padre soltero. Los sábados llevo a mi hija de doce años a clases de canto al Teatro Municipal. Un sábado vimos a una niña nueva de aspecto tímido. Venía con ella una mujer altiva, con la extraña elegancia de las mujeres que son hermosas pero no quieren que se note. Pasó delante de mí y pude sentir la fragancia de su cuerpo recién bañado. Dejó a la niña y se marchó con una rapidez misteriosa. Pregunté al profesor de mi hija por la mujer.
—Es una de las siete —dijo. —¿Una de las siete?
—Sí, de la junta que dirige el teatro.
—Entiendo —asentí, dando por satisfecha mi curiosidad.
Al final del curso los alumnos realizan una presentación. Las tres últimas clases son ensayos preparatorios para la función de gala y clausura.
A los padres se nos permite observar los ensayos desde los palcos. El último día, fui a ver y oír los progresos de la presentación. Cantaron canciones de Horacio Guaraní. Al final del ensayo alguien entró al palco y se sentó detrás de mi silla. Sentí el aroma de mujer recién bañada, me volví y pude ver su silueta en la oscuridad. La música retrocedió, se hizo casi inaudible, su presencia me aturdió de tal forma que sentí perder el aire. La música regresó: “…con la brújula herida navegando…”. Se encendieron las luces, nos levantamos, ella se quedó mirando hacia el escenario y preguntó:
—¿Cuál es su hija?
—La morenita de la primera fila —respondí.
—Es hermosa. —Me extendió la mano—: Clara Cucalón —dijo presentándose. Era una mano fina; sus largos dedos no traían sortija ni anillos.
La luz comenzó a hacerse cada vez más intensa. Miré al escenario para ver a mi hija y cuando me levanté para salir, Clara se había esfumado…




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