En los poemas de este libro el paisaje está en movimiento, fluye; también fluye quien lo observa; y esas dos corrientes a veces se encuentran y hacen luz. Son sólo instantes que valen una vida y lo que se reveló desaparece: El hombre que mira se va esfumando, lo mirado se retira, se aleja, lentamente huye.
Poemas del mirar atento diríamos con Eliseo Diego, mas nos
quedamos cortos, son todos los sentidos los que están en juego en la poesía de José Zuleta:
quedamos cortos, son todos los sentidos los que están en juego en la poesía de José Zuleta:
Pasé por una calle de San Antonio y los oí. Eran canarios.
Sus gorjeos parecían gargaritas de menta, una alegría delgada de silbos ascendentes.
Su música me hizo creer que era yo el que estaba fuera de la jaula.
Su decir suena extraño en la poesía colombiana, poco acostumbrada a la exaltación de los sentidos.
Los pasos de quien camina por una calle de San Antonio resuenan en una calle de Kioto, en una mañana de abejas y cerezos en flor. Mas no se queda ahí, con frecuencia reflexiona, y ese pensamiento, acordado con el sonido lejano del agua, se muestra risueño, ora tocado por una extraña melancolía.
Horacio Benavides
Visión
El pájaro se posa
en la espiga
Su liviandad inclina
la caña flaquísima
Rebusca semillas
La espiga se balancea
El ave parece disfrutar
del columpio que la alimenta
Abordo del viento
En los árboles escuchaba colores pendientes
cardúmenes danzando en la fragilidad del aire
trenes invisibles donde duerme el niño que fui.
Miro la lluvia,
luz abatida en la tarde mansa.
Bebo la alegría de este camino
en la luz que zarpa.
Ladrilleros, de noche
Una lluvia marina golpea el cinc,
música que nos recoge.
Algo íntimo, cálido, en el recinto.
La canción del agua, golpea la noche,
adentro, nuestra intemperie.
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