Diversos personajes y situaciones habitan este conjunto de cuentos: un colombiano que limpia baños en Barcelona tiene un encuentro con una mujer gracias a un particular encierro, un hombre solitario sobrevive en una estación de buses a punta de olvidos ajenos, el dueño de una imprenta decide redactar libros para mantener a flote su negocio, dos niños siguen la vida de un par de canarios abandonados en el
jardín vecino, un galante inquilino genera estragos en una casa familiar, un concurso de cuento y novela entraña un misterio, una crupier rusa intenta salvar a su padre robando un casino colombiano, una muerte simultánea produce una confusión de sonrisas y cadáveres.
jardín vecino, un galante inquilino genera estragos en una casa familiar, un concurso de cuento y novela entraña un misterio, una crupier rusa intenta salvar a su padre robando un casino colombiano, una muerte simultánea produce una confusión de sonrisas y cadáveres.
De Cali a Barcelona, de Medellín a Buenos Aires, de las provincias a las capitales, José Zuleta se decide por personajes sencillos que viven historias extraordinarias gracias a su espléndida manera de vislumbrar los detalles más comunes o más asombrosos de la vida.
Este volumen está compuesto en su mayoría por los cuentos que hicieron parte del título que mereció el Premio Nacional de Literatura a Cuento Inédito 2009 del Ministerio de Cultura, junto con algunos de los más representativos relatos escritos con anterioridad por el autor.
«Estos cuentos hablan de gente que cuenta cuentos y hasta crea concursos de cuento. Es el trabajo de un cuentista de vocación. Uno de aquellos escritores que invierte su vida en pulir la palabra, la escena, el argumento - con paciencia de joyero -, para conseguir esa rara iluminación que ofrece un relato bien logrado.»
Roberto Rubiano Vargas
Fragmento inicial de “Todos somos amigos de lo ajeno”
A Isabel Moreno
Estaba en Barcelona y no tenía trabajo. Isabel, mi mejor amiga de aquellos días, llamó:
─Hay algo, pero no estoy segura si te gustará. Vas a estar muy solo.
─más solo de lo que estoy, imposible─ fue mi respuesta.
Nos encontramos una mañana de comienzos de otoño para desayunar en un café cerca de su oficina.
─Hay unos conocidos de mi ex que necesitan a alguien para cuidar una casa de campo.
Viven en Japón. El señor que les cuidaba es un vecino y no puede quedarse más en la casa. Ayer llamó para que le ayude a encontrar a alguien.
─ ¿En qué consiste el trabajo?
─En vivir allí.
─ ¿Y cuánto pagan?
─Cuatrocientos cincuenta euros al mes. No es mucho, pero no tienes que pagar arriendo ni servicios, y puedes hacer lo que quieras.
Tomamos la autopista que va a Sitges. Luego de una hora de viaje por una carretera que bordea la costa, llegamos a la propiedad empotrada en una colina y oculta entre un bosque de coníferas. Isabel detuvo el carro ante una gran puerta donde esperaba un hombre viejo, algo encorvado. Abrió el portal de hierro forjado, en cuyo centro se alcanzaba a ver, carcomida por el óxido, una heráldica de familia y el número 23.
Entramos. Cincuenta metros adelante apareció la casa: alta, pintada de terracota y blanco, bordeada de jardines, agobiada por los años, aunque firme y mirando al mar.
─ ¿Quiénes son los dueños?─ pregunté.
─No lo sé, los dueños no quieren que se sepa de quién es la casa.
─Parece algo misteriosos─ dije.
─Sí, eso parece, un lugar de misterios─ concluyó Isabel.
El viejo nos alcanzó; traía unos sobres bajo el brazo.
─Benito Ferre─ dijo estrechando mi mano.
─Soy Fernando. Vengo a relevarlo.
─Viene a estar en la casa; yo seguiré a cargo de la correspondencia─ aclaró con tono de autoridad.
Tomó el antebrazo de Isabel y se adelantaron hablando en voz baja…
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