“He aquí un libro diferente y a un poeta diferente. Por un don inestimable, a José Zuleta se le ha permitido hacer propia la magia natural de las cosas, sin artificios, ni retóricas intelectuales, que es lo que suele suceder entre nosotros. A sus poemas, claros, sensuales, espléndidos, aferrados a pequeños rituales y percepciones repentinas para repetirse a uno mismo como una oración, los mueve la gracia de quien
confía a los sentidos y al poder de la belleza inmediata toda indagación en el mundo. Creyente, pues, de un orbe físico, más que de uno ideal, donde la abstracción no cesa de escamotearnos todo instante verdadero, logra que este hermoso libro resuma olor, color, emoción y goce. ¡Celebre el hecho de estar vivo!
confía a los sentidos y al poder de la belleza inmediata toda indagación en el mundo. Creyente, pues, de un orbe físico, más que de uno ideal, donde la abstracción no cesa de escamotearnos todo instante verdadero, logra que este hermoso libro resuma olor, color, emoción y goce. ¡Celebre el hecho de estar vivo!
Es, en últimas, el itinerario de quien, animado por un aliento silvestre, adánico, conserva aún la inocencia y el asombro naturales que, a los demás, por una razón u otra, nos han sido arrebatados por el diario trajín”.
Elkin Restrepo
Fue durante esa naranja,
durante el verde de sus luces,
intermitentes aleteaban sus párpados
mirando, comprendiendo...
Fue alrededor de esa tarde,
durante la acidulce naranja.
Arracimadas las palabras no dichas.
La proa del mentón sollozando,
rompiendo corales de colores.
Fue durante esa naranja
casco a casco...
cuando por no ser dicha
se arruinó nuestra dicha.
Cantar dentro de ti
Lo mejor de ti son tus silencios
espera de mango,
distancia de naranja,
recuerdo de fragancias,
hambre de pomas rosas,
ausencia de peces
bajo el agua.
Ver tus manjares intactos
tu hambre,
tu sed de voz, de charla,
de mano en mano.
Sólo pienso en tu noche central
en la ardida agitación de tus laderas
vencer el trigo de tu verano
erguirme en ti
y cantar adentro.
Intensidad
En las arduas colinas
ha cesado la lluvia,
las hermanas duermen
la siesta de la tarde,
el ramal crea las sombras,
cruza leve la luz
y se detiene a ofrecernos
con la intensidad de un milagro
el nítido fulgor del metal
engastado en el lomo
del escarabajo.
Insectos
Frenéticas vidas rutilantes,
joyas aladas,
engastadas presencias...
luciérnagas, gotas
en la noche encendidas...
leves invitaciones en el aire
fulgores apacibles,
fugaces sonrisas del misterio
nocturno.
Gratitud
Atisbo la infancia como un débil fulgor
de imágenes remotas.
Atrás todo es soluble:
recuerdos confundiendo aromas y sabores,
infancia y sed, caricias y castigos.
Música en el silencio del patio.
Esplendor de una niña cruzando la paz de
mi nombre,
el gato dormido sobre el perro que sueña,
la radio cantando, el vapor, las lentejas,
la salvadora voz de una madre reciente
entibiando el miedo de la noche.
La armonía de palabras que leía mi padre,
los globos ardiendo en el aire feliz
de las noches de diciembre,
la luz casi mía en los ojos de mi hermano,
mis hermanas bañándose en la lluvia.
El placer glaciar de un helado de lulo,
el conejo de la luna en la luna,
el mensaje perdido en la cometa enredada,
el mar inaugurando la alegría del cuerpo.
La fugaz emoción del pez en mis manos,
el ladrón de Bagdad,
la enfermera, el remedio de su risa,
el ajedrez donde fui peón, dama y monarca,
la nariz reventada por el honor de mi casa.
el susurro de azúcar en la flauta traversa.
La nítida sorpresa de un pájaro,
la oración que aprendí a escondidas y que decía
en silencio para no molestar
al padre ateo que Dios me dio.
Atisbo la infancia disuelta en olvidos
y sé que en ella está todo cuanto puedo cantar.
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